Travesuras a Medianoche (LIBRE)

Hoy era una de esas noches donde no podía dormir. Una vez me había pasado ya hace varios días, cuando por más que intentaba dormirme era imposible, por lo que había decidido bajar a las cocinas para prepararme algo de comer, un pastel para ser más exactos, aunque la preparación terminó todo mal, puesto que llegaron varios alumnos y un profesor, lo que dio comienzo a una espantosa guerra de comida, donde nadie se había salvado de tener harina, chocolate o lo que fuera, sobre su cuerpo. Pero al final no había sido tan malo, puesto que terminé cansado lo cual ayudó para que conciliara el sueño de forma más rápida, aunque eso sí, tuve que ducharme antes por que tenía toda la piel pegajosa.

Me incorporé y quedé sentado en mi cama, estaba harto ya de rodar por la cama, de cambiar la posición por una cómoda, pero nada funcionaba. Puse la planta de los pies sobre la alfombra de color azul y sentí la tela acariciar mis dedos, los encogí un poco por el frío y me levanté totalmente. Tomé una bata de color azul que descansaba al pie de mi cama, me la puse y salí del dormitorio, tratando de hacer le menor ruido posible para no despertar a mis compañeros. Bajé hasta la sala común y de ahí salí por la puerta, dejando atrás a la estatua que custodiaba la entrada de la casa de Ravenclaw. Bajé las escaleras sintiendo en toda la extensión de la planta de los pies el frío del suelo de piedra.

El camino por los pasillos fue demasiado calmado, no me topé con ningún profesor que estuviera por ahí haciendo su ronda de vigilancia nocturna, ni tampoco me encontré con el molesto de Peeves, que últimamente se le daba por arrojarme cosas a la cabeza, creo que se molestó cuando lo acusé con el Barón. Doblé unos cuantos recovecos más y baje algunas escaleras, la salida que llevaba a los terrenos la tenía al fin frente a mi. Salí del castillo y sentí el cambio del terrenos, ahora no era piedra lo que pisaba, sino pasto húmedo que picaba pero no era para nada molesto.

Caminé en dirección al sauce, con mi varita alumbrando mi camino, no quería pisar una piedra o algún animalejo que estuviera por ahí. Alcé la vista y vi al sauce, tranquilo, sereno, tan calmado que nadie pensaría que era un viejo árbol hostil. Di unos cuantos pasos más cuando me di cuenta de que había alguien muy cerca de mi, lo noté por que la escuché hablar. "¿Como hago para entrar?"

Sonreí un poco –Tocando un nudo que hay sobre el tronco– dije con calma.

Al parecer mi presencia habían alertado un poco a la chica, puesto que se volteó de una forma un tanto brusca con su varita alzada. No la culpaba, yo también hubiese reaccionado de la misma manera, incluso hubiese lanzado algún hechizo por puros reflejos. Su mirada que apenas se podía ver por la oscuridad de la noche se fijó en mi, de una forma inquisitiva y molesta, a lo que sólo respondí con una sonrisa, pues me daba un poco de gracia que actuara de esa forma.

–No fue mi intención asustarte– le dije mientras me encogía de hombros –Simplemente preguntaste la forma en que uno podía calmar al sauce y te respondí–. Bajé mi varita aún encendida de la punta hacia el suelo, pues no podía ver bien su rostro por la luz que rebotaba en su cara –A no ser que hayas preguntado a la nada por loca– reí con un poco de burla. Seguí escuchando lo que decía y fruncí el ceño por sus palabras –No sabía que estuvieras en tensión... A no ser que estuvieras haciendo algo malo– sonreí –Me llamo Louis, por cierto– le dije al recordar que se había referido a mi como rubito.

Un viento de fuerza moderada sopló en dirección al Sauce Boxeador, lo que hizo que sus hojas chocaran entre ellas y empezaran a susurrar de forma suave, sus ramas delgadas y otras gruesas se mecían lentamente, con calma. Las nubes en el cielo se empezaron a deslizar con tranquilidad haciendo que taparan algunas estrellas que brillaban con total plenitud en esta noche sin luna.

–¿Llegar al nudo?– le pregunté un tanto confuso –Sólo si me dices el motivo por el cual quieres que el Sauce Boxeador se esté quito– pregunté acercándome un poco a ella –Por que las posibilidades de que muera golpeado por sus ramas son mayores, de las que tu mueras por el frío–

–Pues parece que esos rumores de pasillo son totalmente ciertos...– le dije con una sonrisa –Aunque recuerda que la curiosidad mató al gato y aunque no seas un felino, ¿qué diferencia habrá con un tejón?– comenté haciendo alusión al escudo de su casa. Estuve por aceptar a ayudarla pero los pasos de alguien o algo se acercaban, haciendo ruido sobre el pasto, como cuando el viento barría la fina hierba. Apreté mi puño al rededor de mi varita, esperando a que llegara hasta nosotros, pero una voz un poco familiar llegó a donde estábamos. Me giré y por la tenuz luz que despedía la varita de Miaka pude ver ese cabello color chicle, ese rostro que parecía estar lleno de orgullo. –¿Carne fresca?– pregunté en un tono confuso –Claro... Lástima que no se pueda decir lo mismo de ti– dije riendo un poco y rodando los ojos.

–A mi lo que me sorprende es verte a ti hablando con nosotros– le dije sonriendo de lado –Y no... La del plan macabro es la tejona– señalé a Miaka con mi varita –Yo... simplemente me la encontré por pura casualidad– Y aunque no me hubiese dicho las verdaderas intenciones por las cuales quería entrar a la casa de los gritos, había que culpar a alguien... Aunque poco me importaba estar involucrado en algún tipo de aventura. –Bueno Miaka, acepto– le dije al tiempo que empezaba a caminar hasta el Sauce Boxeador, el cual empezó a despertar y a mover sus gruesas y filosas ramas hacia donde etábamos. –Con cuidado– les dije volteando a verlas y tomando con fuerza mi varita. La batalla con el viejo árbol empezaba.